Siempre me dio miedo hablar con otro poeta y que descubriera que soy una impostora. La realidad luego ha sido otra cosa. La mayoría de veces al empezar el cruce de palabras he encontrado una sonrisa, algún intento torpe de las dos partes por agradar al otro sin saber hacerlo, un silencio nervioso. Pero sobre todo me he ido a mi butaca reconociendo la honestidad del trato del que sabe que delante sólo le estaba saludando otra herida abierta.