lunes, 15 de enero de 2024

Frío y frágil

Estaba enseñando unos campos de naranjos y hemos hechos varias paradas, han ido cogiendo muestras de la fruta y nos hemos despedido. «Que lo piense y nos diga», ha dicho uno. «Eso, habla con tu padre y nos dices», ha añadido otro. 
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Mientras voy conduciendo escucho a Soleá Morente y el Torta. Los árboles están creciendo, veo unos cuantos con fruta. Pequeños, algunos dan todo lo que tienen. 
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El invierno es algo frágil, de temperatura escasa, de necesidad de abrigo. 
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Voy en el autobús dirección a Sevilla escuchando ‘Se nos lleva el aire’ de Robe. Hay discos para andarlos, este es uno de ellos, me gusta escucharlo mientras camino sin dirección. Unos pájaros se han suspendido al lado de mi ventana. Mientras avanzaba el bus, ellos planeaban. Sólo eran las ocho de la mañana y ya eran capaces de volar.
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Sé que no merece la pena lo que escribo, pero eso no es importante. Es este enero el que estoy contando. Podré decir mejor mañana que hoy, pero eso no es importante. 
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«Paciencia, paciencia, paciencia», me dice Amparo, una señora mayor que va conmigo en el autobús. La conocía de otro viaje de agricultura. Es una verdadera alegría volver a verla. Le gusta la cultura japonesa y eso me hace gracia. Hace años que no nos vemos. La veo más menuda, ha pasado el tiempo y la noto más serena. No se lo digo pero ahora me parece un poco japonesa. Ha cambiado el remolino de su carácter por cierta pausa. Le he dicho que vea ‘Perfect Days’, sé que ahí encontrará «paciencia, paciencia, paciencia».  
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«Les doy tanto cariño que las mato», en esas anda Amparo con las peonías. Recordaba su afición por la huerta y el jardín. Cuando la conocí Amparo me contó que tenía casi todos los árboles de los frutos que le gustan en su casa. También se subía al tractor con su marido cada día y salían a trabajar su huerto de alcachofas. En aquel viaje hacía poco que él había muerto. Hoy en la conversación no se acordaba de otros compañeros de la formación, pero sí de que entonces hablamos de que él ya no estaba.
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Últimamente me interesan cosas insignificantes, me interesan mucho. 
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El olivo me dice que le da igual la tierra, su inclinación, su dureza, la sed. Sólo pone como condición el frío.
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Es de un pueblo cerca de Gandía. Ella y su marido compraron tierras poco a poco, plantaron uno a uno los naranjos. Es la hora de comer y me ha tocado al lado de ella. Le pregunto cómo era entonces ver crecer con tanto esfuerzo todo. La conversación se va a temas más técnicos: variedades y tratamientos. Le pido que me diga algo fundamental o que haya aprendido después de tantos años para aplicar a mis árboles. «Hemos sido muy felices», responde. 
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«No os entretengáis»… No pienso hacer otra cosa. 
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Acaba la misa y las monjas vuelven de la iglesia a la clausura como una banda de estorninos.
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He pasado unos días con agricultoras. En un primer momento he pensado que tienen una ingenuidad muy bonita, pero no es eso. No son ingenuas, en el campo no se puede ser ingenua. Pienso, que de ser algo, tiene que ser una virtud fuerte, la que se queda pese a todo.
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El amor asfalta. Ve una distancia y hace un camino, a fuerza de ir va pisando una ceguera -no lo veo- que convierte el tiempo en paseos y el sendero en promesa.
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Entiendo el pájaro en mano, sobre todo lo entiendo cuando son ciento volando, pero no son ciento, soy yo.
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En la sala de espera hay un paisaje montañoso de laderas verdes y un lago que ocupa el centro de la pared. Los picos están nevados. Las sillas tapan la parte de abajo. Parece una buena idea para la sala de radioterapia de un hospital. Sin embargo, aquí sentada, parece todo más artificial de lo necesario.
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Qué falta de fe tanta tierra. 
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Hacerse a un lado con el coche, parar, -¡oh, paradoja!- para que un poema no pase de largo. 
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Cuando crezca el río
perderé mi casa.
Al filo de la ladera,
ladrillo provisional.
Sabía que no era sitio
para tanto sueño.
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El café es la sangre de la mañana, va dejando rastro de que nos levantamos. 
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También yo he querido ser poeta antes de los poemas.
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Tiempo de espera, tiempo de poema.
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Algo haremos con cuidado. Si no es cocinar, será elegir el café o el sitio con las mejores almendras fritas, buscar con paciencia aceitunas prietas para un día en la vida desayunarlas sobre pan fresado. Sé que una obra, mínima, quedará acabada o a medias, algo me dará todas las oportunidades.