El miedo es un zorro viejo. Cuando subo al caballo, trepa por mi espalda y fija su hocico en mi oreja. "No trotarás, ahí tienes el suelo", me dice. Y yo aprieto las piernas en el vientre del caballo y fijo mis pies en el estribo. "Todo lo hago contigo, trotar no iba a ser menos", contesto. Y pago el bono de diez clases.