Desde hace unos años reparo todos los calcetines que puedo. Busco la lata con los instrumentos de costura y voy arreglando las dos distancias. Me río de mí misma porque persigo que no se note, y se nota muchísimo. Hay una certeza al final de cada remiendo: por fin lo intento.
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Quise proponer mi error como punto de redención: aquí mi poco que no basta. Juan Meseguer en un ensayo sobre el debate une dos ideas en una frase: la carrera de fondo y el paso del miedo a la ilusión. Hace falta tiempo para poder hacer algo, ser quien eres, en una carrera de fondo. El tiempo para unos es poner muchas veces el contador a cero; para otros, llegar tarde.
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Nos cuidamos de la forma más peregrina, a veces con extravagancias, en recorridos largos y complicados, con gestos más parecidos a la azada o la pala sobre la tierra, idas y venidas de cierta dureza, la resistencia colaborando y entorpeciendo. Así va el cuidado, en manos más rudas de lo esperado, al barro que también es el otro.
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«Me tienes que contar con detalles», dice Jiménez Lema en Twitter. Enseguida pienso en la orfebrería.
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Dosifico las cartas entre Franz Jägerstätter y su esposa Fani, no quiero que terminen. Es una correspondencia cotidiana: las tareas del campo, la vida doméstica, los días en la instrucción y la cárcel. Es verdad que empiezo la lectura después de haber visto varias veces la película, me da un tempo que atesoro.
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Occidente comparte tonalidad. La tensión y la vuelta a casa es el devenir de la música, y el nuestro, que también somos notas.