La mesa es redonda. La habitación estaría a oscuras si no fuera por una ventana, imposible de cerrar del todo. La penumbra esconde dos sombras cuyas piernas descansan debajo del mantel. El bebe de un vaso, ella de una taza. Ambos miran absortos hacia una habitación con la puerta sellada. No entrecruzan nada, ni miradas, ni manos, ni pies. No hay silencio, la calle y ellos están llenos de ruido. Esa puerta blanca es un punto negro en donde la luz proyecta sus envejecidas siluetas. Un reflejo que no testifica las grietas de las manos. Él se levanta a la vez que da la vuelta al retrato, y sin mirarla, le pregunta:
-¿Y ahora qué?
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