domingo, 22 de diciembre de 2013

Con retraso

Cuesta trabajo empujar las manecillas del reloj. Arriba y abajo, persigo la hora exacta. Sin saber todavía si el tiempo existe para adelantarlo. O por el contrario, utilizar los recuerdos y así perder minutos rondando el pasado. Por eso me gusta mi reloj de arena. Delicado y con la medida del tiempo del tamaño de un grano. Que siempre baja cuando decido ponerlo a dar la hora. Y cae, sereno, midiendo con respeto. Nunca dirías que la arena corre como los segunderos, tan maleducados. La arena discurre y me avisa desde la belleza, pero nunca se atreve a decir que estoy llegando tarde, a ninguna hora, a ninguna parte.