Los perros cruzan la casa, por fin, tras un invierno de puertas cerradas. No deja de sonar el timbre, caen visitas y ladridos y besos. Sale fruta de la cocina: media sandía, melocotones, gajos de melón. En el mantel de la mesa se va pegando todo. Y llegan los niños, hambrientos, cansados de lanzar mareas y empujar a saltos el agua de la piscina.
Todos los cuerpos llevan consigo algo de sudor. Se cruzan y se saludan. Ya era hora, dicen, de verse. Las pieles tostadas, las voces agudas, las risas fáciles. Y los tiempos muertos. El verano es un delicioso aburrimiento.
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