Vida oculta

Las campanas en agosto repican por la tarde, la misa es de última hora, cerca de las meriendas, de las cervezas y de la hora de los amigos. El pan y el vino se transustancian en las misas de ocho; mientras, en las playas, el sol y el mar acaban su espectáculo. Agosto regala su tiempo, quita importancia a toda la prisa del año, susurra: «Descansa y necesita».

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Lo demás es calderilla: cálculos, cobardías, carreras, comodidad.

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La clase es el corazón de Cristo.  

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El camino del oro está lleno de vida oculta. Sirven las Olimpiadas de ejemplo y el llanto de los perdedores. Las medallas justifican el camino, cada piedra, pero ¡oh, la derrota! La derrota despista a la esperanza, deja la cabeza lista para el abandono, arrodilla cuerpos portentosos. 

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La victoria y la derrota terminan de rodillas en el suelo. 

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Mi sobrina ha dicho: «Ay, que me duele la vida». Y yo, por dentro, al alimón: «Ay».

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La espera de las pequeñas cosas.

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La certidumbre: ese lugar donde nadie te instala.