Un examen, una redacción o una suma. Para todo eso pedían que sacáramos una hoja y pusiéramos fecha y nombre. Luego a entregarlo y esperar que, una vez ya evaluado, dijeran en alto a quién le tocaba levantarse a la mesa de la profesora. Y al final del todo esas hojas sin nombre. ¿De quién es ésta?, preguntaban. A veces eras tú, a veces no. No dependía de la autoestima ni de querer evitar una mala nota. Esos descuidos se almacenan en unos años en los que apenas importaba ser despistada.
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