lunes, 10 de diciembre de 2012

Desmintiendo

Los inicios son fáciles. Lunes eternos. Madrugadas. Hojas en blanco, tiernas, posibles. Empezar una historia no es tan difícil. Más jodido es cerrarla. Cualquier momento sirve para poner una letra o un título, una intención, inaugurar deseos.

Ahora si hablamos del trabajo de martes a jueves... Si te remites a una carta ya escrita, si continuas un capítulo, si heredas una pena, si tengo que volver a verte, si cambian cosas que no me importan y, por tanto, no cambia nada. Cuando el niño pierde sus ojos.

Empieza la historia con una luz, que se prende. Se acaba cuando se apaga. Y en medio debes caminar con el candil, alejando y acercando las sombras y las luces. Indicando donde vivía el alma, cuando renacía, a quien odiaba, para qué vivía. La lumbre debe empujar a la imaginación. Y esto nada tiene que ver con empezar. La trama, la historia, es cuestión de perseverar. De tener un lugar donde insistir. Así que, por favor, que nadie vuelva a decir que lo otro es lo más difícil.

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