Declaro la guerra a la ingeniería anímica, a la programación del pensamiento, a la sonrisa vacía. Me batiré en duelo contra la permanente alegría, la exagerada sensación del todo-bien-siempre, el eterno cristal por donde dicen que tienes que mirar.
Y no lo haré por la defensa de la tristeza sino por sentir la entrañable y serena sensación de humanidad.
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