En los edificios antiguos se construían en las esquinas una especie de torre.Yo buscaba una con la mirada cada vez que pasaba por delante con el coche de mi madre. Tenía que estirar el cinturon, pegar mi cara al cristal y allí estaban. Siempre repetía la misma preguta: "¿Qué es eso, mamá?" A lo ella respondía: "Ahí se encierran a los que se portan mal, es una cárcel". A mi me costaba mucho entenderlo. Primero porque el espacio que se veía era muy pequeño, y segundo, porque detrás de los cristales nunca había nadie. Era una torre desde la que nadie miraba. Para mí tenía el encanto de lo prohibido, de lo malo. Hasta la manera en que lo veía escondía morbo, algo sucio.
Ahora, tiempo más tarde, el edificio donde vivo es el de al lado de aquella prisión, que ha resultado no serlo. No sé cuando lo descubrí. El caso es que salgo al balcón y ya no tengo que pegar la cara a ningún cristal y esperar que el semáforo esté en rojo. Lo veo claro, ahí está la torre, con sus cristales y, por supuesto, vacía. Todavía recuerdo la maldad que me invadía al proyectar a mis criminales. Fantasmas.
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