jueves, 26 de febrero de 2009
Una sola razón
A veces una sola razón es suficiente. Iría a Egipto para montar en camello. Volaría hasta Punta Cana para verme los pies en el agua del mar o sentarme en un bar dentro de la piscina de un gran resort. Visitaría Cuba para ver esos coches de antes en esa ciudad de antes. Me compraría un café que es casi agua en cualquier Dunkin Donuts de Nueva York. Pisaría China para pisar la muralla. Iría a Croacia para ver ese azul que recuerdo de los paisajes de las fotos que he visto. Me taparía toda para llegar al Polo Norte y tumbarme en una cama de hielo. Cogería un vuelo barato para andar y respirar en las calles amplias de Berlín. Volvería a una ciudad para recordarle. Cuántas cosas y siempre por una sola razón.
miércoles, 25 de febrero de 2009
El número 22, Gálvez. ¡Felicidades!
Hoy 24, de nuevo.
Encerrabas las tardes de los lunes. Los mejores goles de un ídolo que encontraste por casualidad en una peluquería. Las letras compuestas, la risa histriónica, el trazo ordenado. Siempre tuviste la lección bien aprendida. Los dioses efímeros, las series de mediodía. Te fuiste mientras entonaban "blanco, negro, blanco". Recuerdo la parte de atrás del colegio, una frase de la que podías reirte una y otra vez: "Voy a pillar el bonobús". Una diadema y tu abuela esperándote en la puerta. El directo de Maná. Tu cumpleaños con la película "Todos los perros van al cielo". Viejos títulos de canciones de karaoke. Incluso soy capaz de ver quien eres ahora, aunque no existas. Puedo intuir quienes serían tus amigos, lo lejos que estaríamos. Un porche resbaladizo, los mocasines por el aire. El balón despeluchado, las clases de cultura clásica. Gafas redondas y una adolescente obsesión por "Expediente X". Tenías mala leche pese al recuerdo edulcorado que hicieron de ti. Tengo tu agenda, olí tu abrigo y todavía veo la flor encima de tu pupitre. Tu casa tan cerca de nuestro colegio, y tú que te fuiste a vivir tan lejos.
Encerrabas las tardes de los lunes. Los mejores goles de un ídolo que encontraste por casualidad en una peluquería. Las letras compuestas, la risa histriónica, el trazo ordenado. Siempre tuviste la lección bien aprendida. Los dioses efímeros, las series de mediodía. Te fuiste mientras entonaban "blanco, negro, blanco". Recuerdo la parte de atrás del colegio, una frase de la que podías reirte una y otra vez: "Voy a pillar el bonobús". Una diadema y tu abuela esperándote en la puerta. El directo de Maná. Tu cumpleaños con la película "Todos los perros van al cielo". Viejos títulos de canciones de karaoke. Incluso soy capaz de ver quien eres ahora, aunque no existas. Puedo intuir quienes serían tus amigos, lo lejos que estaríamos. Un porche resbaladizo, los mocasines por el aire. El balón despeluchado, las clases de cultura clásica. Gafas redondas y una adolescente obsesión por "Expediente X". Tenías mala leche pese al recuerdo edulcorado que hicieron de ti. Tengo tu agenda, olí tu abrigo y todavía veo la flor encima de tu pupitre. Tu casa tan cerca de nuestro colegio, y tú que te fuiste a vivir tan lejos.
viernes, 16 de enero de 2009
Diferente
Nos gusta demasiado que nuestra vida no sea la de otros. Sobre todo para los momentos más dolorosos donde podemos decir "no lo entiendes" o "lo mío es distinto. Dentro del pozo parece que con esas frases el agua se vuelve tibia, reconfortante. "No es el mismo caso, ni las personas son iguales" es la segunda frase que nos acompaña. Quizá reconocerse en el otro quita importancia al drama. Si alguien que pasó por lo mismo te tiende la mano desde fuera existe la posibilidad de que tú también puedas salir, y claro, cuando el agua está tan calentita... ¿Qué tendrá nuestro dolor para que no tenga comparación con ningún otro?
martes, 13 de enero de 2009
Verdad
Existen las verdades de hospitales, las de los "te dejo" y "te quiero" y alguna otra más que se me escapa. El resto son mentiras, exageraciones, bromas y formas de matar o enriquecer el tiempo de la vida. Las verdades son inconfundibles porque te secan la boca y te descomponen el cuerpo. Logran que los planes se detengan. Ya no sirve el "un, dos, tres", ni el "a, be, ce, de". La verdad es un hormigueo en las piernas que quieres acallar fingiendo estar serena en tu silla, como si nada ocurriera. Pero las piernas, que son más honestas que el corazón, te avisan de que lo que en el fondo deseas es salir corriendo. La verdad es más contundente cuanto más nos esforzamos en fingir que aquí no pasa nada. A veces dicen que la verdad no existe. ¡Vaya si existe! Que se lo pregunten a quienes esperan los resultados de una prueba médica, o a quienes ven marcharse a la persona que lo era todo. Que también le pregunten al enamorado correspondido. El problema es que verdades hay pocas.
sábado, 3 de enero de 2009
2009
Quiero averiguar de qué va todo esto. El cambio de año, el intercambio de mercancías o servicios por papeles y la vida.
viernes, 26 de diciembre de 2008
Noche de cigarros
Quizá se fume para equivocarse. El ser humano entabla una hipnótica relación con todo aquello que posee humo: el café, el fuego, el cigarro,... Con el calor, con todo aquello que se consume. Para lo eterno siempre habrá tiempo. Uno puede permitirse estar solo con la compañía de un cigarro.
Quizá se fume porque tienes miedo a algo. Podría ser una necesidad encubierta de hacerse daño a uno mismo, para consumir la persona que está dentro de ti. Siempre hay un mismo cigarro pero distintas personas.
Quizá un cigarro no deja de ser una antorcha, una vela que enciendes durante cinco minutos para pedir ayuda. Una cerilla con la que encender una pena, la melancolía o revivir esa tarta de cumpleaños.
Quizá se fume porque tienes miedo a algo. Podría ser una necesidad encubierta de hacerse daño a uno mismo, para consumir la persona que está dentro de ti. Siempre hay un mismo cigarro pero distintas personas.
Quizá un cigarro no deja de ser una antorcha, una vela que enciendes durante cinco minutos para pedir ayuda. Una cerilla con la que encender una pena, la melancolía o revivir esa tarta de cumpleaños.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Hojas sin nombre
Un examen, una redacción o una suma. Para todo eso pedían que sacáramos una hoja y pusiéramos fecha y nombre. Luego a entregarlo y esperar que, una vez ya evaluado, dijeran en alto a quién le tocaba levantarse a la mesa de la profesora. Y al final del todo esas hojas sin nombre. ¿De quién es ésta?, preguntaban. A veces eras tú, a veces no. No dependía de la autoestima ni de querer evitar una mala nota. Esos descuidos se almacenan en unos años en los que apenas importaba ser despistada.
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