Apreté la taza hasta que se quebró entre mis dedos. Sentí un leve dolor que no dejé traslucir, tan sólo esperé unos momentos con los cristales perforando mi piel. Cuando abrí las manos frente a mis ojos ni siquiera la sangre provocó en mí el mínimo sobresalto. Tampoco el impacto de los cristales que cayeron contra el suelo me incitó a dar un paso hacia atrás. Así estaba todo bien.
1 comentario:
y es que no sangraban las manos, si no el corazón.
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