martes, 15 de marzo de 2011
Molinos de pólvora
Tengo una perra a mi cuidado. Un Quijote cuando sólo llego a escudera, un Sancho cuando entre libros me creo Saavedra. Es mía, pero ella hace de su capa un sayo y me pertenece cuando lo considera necesario. Hoy ha venido, con las orejas y creo que todo su cuerpo trastornado. No es fallera, no, no, creo que no le gustan los petardos. Y me busca, me dice, sí, sí, me dice: ¡dueña! Y yo la acojo, me olvido de su talante atolondrado, y la rodeo. Sé que algo se ha calmado. Fuera hay ruido, sigue explotando, pero sabe que ha llegado a casa: Cervantes (¡uy, sí!) la ha salvado.
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